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martes, 26 de enero de 2010

Los Hombres de mi Historia: El desperar a la soltería

Juan se fue de mi vida cuando yo tenía casi 20 años y no sabía cómo era estar sola. Tampoco sabía cómo era salir con amigas sin reproches ni impedimentos, ni negociaciones en cuanto al horario de vuelta. No sabía que los domingos podían ser incluso más aburridos, hasta que les encontré la utilidad de usarlos para dormir post salida del sábado a la noche. Los boliches eran una novedad para mi, hacia años que no pisaba uno.


Cuando me sacudí las lágrimas empecé a relacionarme con nuevas personas y de esa época conservo grandes amigos todavía.


El mayor desafío de ese entonces para mi significaba empezar a conocerme realmente y a quererme. Primeramente dije, el que cambió fue él, yo sigo siendo la misma. Pero eso no era posible, porque uno crece y cambia. Entonces resultó ser el mejor momento para hacer una mirada interior y analizar que me gustaba y que no de mi.


Juan me había convertido en una persona malhumorada, estaba acostumbrada a que todo se haga a mi antojo y a decir las cosas de mala manera. Ese fue un ítem importantísimo a modificar. Todavía conservo algunas malas formas al hablar a pesar de mi esfuerzo, pero soy mucho más sociable, más divertida, más simpática que antes. Y definitivamente las cosas nunca suceden como yo pretendo. Maldita búsqueda de antítesis!


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La separación a mi me devolvió la vida. Es verdad que ya no tenía al lado quien me ame para compartirla, pero más cierto es que ese amor que había tenido ya no me servía tampoco. Por supuesto que pase malos momentos, pero esos ratos no impedían mis salidas, me sentía con derecho cuando estaba de buen humor y con la obligación cuando estaba triste de salir a explorar la noche porteña, divertirme, pasarla bien y sobre todo hacer todo lo que Juan me había impedido por años.


Al descubrir todo eso maldije el tiempo desperdiciado a su lado. Había perdido la adolescencia, pero todavía me quedaba la juventud y me prometí que ningún hombre me la robaría sin antes disfrutarla. Tampoco era cuestión de quedarse a vestir santos…


Hubo otra cosa que pude hacer abiertamente al librarme de Juan, y fue ver hombres. Antes, sentía que no podía mirar a nadie sin sentir culpa. Él me había demostrado que no miraba a otras mujeres y ese fue su error, el día que vio a una (la de las tetas nuevas) se dio media vuelta y se fue. Ahora podía hacer libremente lo que antes hacía con disimulo: admirar al sexo opuesto. Y si lo que mis ojos veían me gustaba era libre de desplegar mi arsenal de seducción, que tantos años estuvo dormido.


Entonces así fue que dejé de mirar a mi compañerito de banco facultativo camuflando mis verdaderas intenciones para comenzar a hacerlo con total desenfado y desinhibición.

viernes, 22 de enero de 2010

Los Hombres de mi Historia: Mi primer amor se extinguió

Llegué a mi casa y lo encontré preocupado, triste. Volvió a pedirme perdón, vaya una a recordar por qué y a repetirme sus eternas promesas de cambios, que me amaba, que no podía vivir sin mi y que no me quería perder.


Los años juntos pesaban. No recuerdo si realmente yo lo amaba todavía, pero lo perdoné, creyendo una vez más en sus promesas y esperanzada por el cambio. Cuando todavía estaba en el secundario y discutíamos por su actitud tan pasiva ante la vida yo le decía que se cuide, porque cuando empezara la carrera conocería gente nueva y podía llegar a llamarme la atención algo diferente. Que profética… Pero mejor no me adelanto…


En resumen, ante su llanto y su insistencia lo perdoné y seguimos algunos meses más.


Para cuando estaba promediando el invierno en la casa de sus padres comenzaron las refacciones, entonces Juan le cedió su cuarto a las hermanas y se instaló en mi casa. No molestaba demasiado, se iba temprano a laburar a la mañana, después a la facultad y yo hacía lo mismo. Después me pasaba a buscar por la facu y volvíamos juntos a mi casa. Esto habrá durado cosa de mes y medio y ahí salieron a flote nuevamente los problemas.


Un día lo note frío. Y al siguiente también. Y las cosas comenzaron a estar realmente mal. Recuerdo que tuvimos una discusión una noche de viernes y él no tomó su postura habitual de calmar las aguas y pedirme perdón. Agarró sus cosas y amagó a irse. Llorando le pedí que no lo haga y me costó convencerlo pero se quedó.


Al otro día yo rendía un examen por la mañana y me acompañó. Estaba hecho un témpano, casi no me hablaba y cuando lo hacía le faltaba cariño a sus palabras. Algo no andaba del todo bien…


Nosotros éramos de las parejas que están todo el tiempo juntos, pero a partir de ese día las cosas cambiaron. Una noche se fue a comer a lo de su abuelo y volvió de madrugada, otro día se levantó super temprano para ir al gimnasio, y así pasaron cuarto o cinco días en los que casi no nos vimos. Entonces pensé que tenía que hacer algo, porque lo estaba perdiendo. Solo se me ocurrió hacer lo que siempre me había resultado: amenazar con dejarlo.


El jueves siguiente en vez de ir a buscarme a la facultad Juan lo hizo mi viejo. Cuando me subí al coche le pregunté si Juan estaba en casa. Me dijo que no. Que había ido a buscar sus cosas y dejó dicho que volvía cuando yo llegara para hablar conmigo.


Se me vino el mundo abajo. Llegué a mi casa y atosigué a preguntas a mis padres, pero no sabían más que lo que ya me habían dicho. Cenamos, o es una forma de decir, porque tenía un nudo en el estomago que no me dejó pasar bocado.


Al rato llegó Juan. Nos quedamos solos en la cocina. Me saludó con un beso en la boca y me preguntó si mis viejos me habían dicho que él se había llevado sus cosas. Le dije que si y le pregunté por qué.

- Porque necesito un tiempo, tengo dudas…

- Dudas de qué? No me querés más?

- Si te quiero, pero creo que necesitamos un tiempo separados.

- Pero qué es un tiempo? Sabés que nunca creí en los tiempos. Es realmente un tiempo o es definitivo?

- No lo se…

Y ahí se me empezaron a caer las lágrimas.

- Bueno me voy - Me dice

- No, no te vayas así, no me podés dejar así con todas estas dudas…

- Me tengo que ir, ya me llevé mis cosas

- La compu también? – Pregunté, ya que unos meses atrás me había regalado una.

- No, la compu fue un regalo.

- Está bien, me vas a llamar?

- Si, pero necesito unos días.

Yo seguía llorando. Se acercó, me dio un beso, nos abrazamos y se fue.


Esa fue prácticamente la última vez que lo vi, porque las demás no cuentan. Lo llame unos días después y no me atendía, entonces probé al teléfono del trabajo y me volvió a decir que necesitaba tiempo. Nunca me llamó.


Días después supe que había conocido a una morocha de ojos verdes, altísima y con tetas a estrenar. Nada de lo que tengo yo por supuesto. Ella era un clon femenino suyo. Juan en los últimos años se había vuelto muy obsesivo del cuerpo y la imagen, un metrosexual al 100%. Creo que llegó un momento en el que pensó que yo era muy poco para él.


Durante algunos meses supe de él por amigos en común, que aunque les pedía que no me cuenten, al principio porque me hacía mal y luego porque no me interesaba, siempre se filtraba alguna información. Recibí amenazas de sus hermanas que nunca me quisieron demasiado y ahora eran libres de cagarme a trompadas. Supe que me andaban buscando por el barrio, por lo que opté por dejar el gym ya que ellas iban al mismo e incluso dejar de salir por las calles de mi zona. Gracias a dios a estas chicas no les gustaban los bares y boliches de Palermo que suelo frecuentar hasta el día de hoy.


También llegaron llamados del padre de Juan a mi papá, pidiendo una cita para conversar sobre mi. No tengo idea sobre qué, porque mi papá se negó e hizo bien. Incluso un día Juan me esperó a la salida de la facultad con 4 monos de su tamaño para “convencerme” que le devuelva la computadora. El día que se fue se la ofrecí y se la hubiera dado de mil amores, pero en ese entonces, después de ver su cobardía de nunca haberme llamado, de no haberme dicho la verdad, prefería tirarla por el balcón antes que devolvérsela. A parte él había sido claro, la compu era un regalo.


Del amor a las penas de amor, al odio, al rencor, a la indiferencia y al olvido hubo para mi un lapso de más o menos seis meses. Para una relación de tantos años dejé de amarlo relativamente pronto, pero seguí llorando más que nada por el desperdicio de tiempo empleado a su lado, hasta que se me pasó y entendí que no tenía la culpa de haber dejado de amarme, y solo era criticable la forma en la que manejó nuestro final.


Hoy no le guardo rencor y hasta me da un poco de pena que un flaco de 22 años (creo que tenía esa edad cuando nos separamos) no haya sabido manejar con altura una ruptura, pero analizándolo fríamente no me extraña, porque siempre fue igual en todos los aspectos de su vida.


Con los años supe otras cosas sobre él, pero como el blog es mío no vale la pena contarlas. Yo creo que todavía me odia y no entiendo por qué. Por mi parte le deseo que sea muy feliz con su familia y si me preguntan no le guardo ningún tipo de sentimiento y hasta recuerdo con cariño los buenos momentos vividos.

miércoles, 20 de enero de 2010

Los Hombres de mi Historia: Juan, mi primer amor (III)

Si en ese momento me hubieran dicho que iba a pasar casi 5 años al lado de ese hombre hubiera salido corriendo despavorida por Avenida Caseros a estrolarme contra el primer bondi que pasara. Pero no fue así, las cosas no son así. Nadie te avisa por las cosas que vas a pasar, simplemente porque el destino no se conoce. Dice la mitología que el Cíclope, ser con un solo ojo, vivía malhumorado porque con ese único ojo podía ver su futuro y la angustia del porvenir era tan grande que no lo dejaba ser feliz en el presente. Entonces la vida es sabia y la clarividencia no existe, porque uno forja su propio destino y la incertidumbre es la que nos permite hacer planes sin certezas y disfrutar el presente.


Amé mucho a Juan. Pasamos por muchas cosas juntos, individualmente y como pareja. Crecimos estando juntos, pero no a la par y eso aniquila. Creo que llegó un momento en que estábamos juntos más por costumbre que por amor, entonces ahí es cuestión que alguno se anime a dar un paso al costado, a ver más allá y a buscar nuevos rumbos.


El primer año de relación fue difícil. Juan era muy absorbente y yo siempre fui bastante poco demostrativa. Cuando nos pusimos de novios era pleno verano y lo tenía encima mío dándome besos y caricias y a mi eso me asfixiaba. Él me reclamaba que no le decía que lo quería, que nunca lo besaba lo suficiente. Me costó horrores abrirme a esa relación, no por él, que era un sol, sino porque era todo muy nuevo para mi y no sabía cómo actuar.


Los meses fueron pasando y las cosas entre nosotros se fueron acomodando. Mis salidas con amigas eran limitadas, pero a medida que mis padres le tomaron confianza me fueron dejando hacer otro tipo de salidas, que básicamente significaban volver más tarde. Siempre y cuando fuera con Juan.


Seguimos saliendo con su grupo, incluido mi primo. Fija que Ana también venía y hasta incluimos a sus amigas del colegio. Así dejé de ir a bailar a matinée… También hacíamos fiestas en la casa de Juan, donde inventábamos tragos, comíamos asado y el amanecer nos encontraba casi siempre alrededor de su viola cantando.


Para cuando hacia cosa de medio años que estábamos juntos le tocó demostrarme su amor acompañándome en el peor momento de mi vida. Mis viejos sufrieron un accidente espantoso. A mi papá no le pasó nada, pero mi vieja se batió cuerpo a cuerpo contra la parca durante varios días y estuvo internada otros tantos.


Sólo lo menciono como un hecho en donde el papel de Juan acompañándome fue crucial, lo demás no lo quiero recordar ahora. Todavía duele y no dejo de preguntarme que sería de mi vida si el final hubiera sido otro. No importa, todavía la tengo conmigo y cada día que pasa la amo más. En la adultez de los hijos la madre deja de corregir para empezar a acompañar y la mía lo hace como ninguna, es mi mejor amiga.


Volviendo a Juan, sin darnos cuenta los meses iban pasando y de a poco nos fuimos consolidando como pareja. Nos amábamos. Visto desde la óptica de una Ela con 25 años eso no era amor, pero para la Ela de 15 si lo era. Y para esa joven Ela era tan grande ese amor que decidió dar el gran paso que dan todas las adolescentes cuando se enamoran. Le regalé a Juan el privilegio de ser el primero, y él me pagó con la misma moneda. Estamos a mano.


La experiencia fue mejor de lo que las primeras de este tipo suelen ser. Sin entrar demasiado en detalles resumo diciendo que él también se puso nervioso y ante semejante problemón terminamos cagándonos de risa. Eso obtuvo como resultado olvidar los temores y antes de darnos cuenta el gran paso había sido dado.


Durante los años que pasamos juntos compartimos vacaciones, absolutamente todas desde nuestro inicio. Terminamos el colegio, escogimos carrera, empezamos la facultad, conseguimos los primeros trabajos. Hicimos nuevos amigos, nos separamos de algunos amigos viejos. Tuvimos momentos buenos y otros no tantos. Definitivamente entre nosotros no era todo color de rosas. y llegó un momento, que lo que antes me resultaba cómodo dejó de serlo. Me cansé de dirigir la relación a mi antojo, de ser la única con iniciativa, de llevarlo tan fácilmente de las narices, de gritar sola cuando discutíamos mientras él me daba la razón solo por no tener los huevos de plantarse firme en sus convicciones. Cuales? No lo se, no las tenía.


Un día, cuando ya llevábamos juntos algo más de 4 años, me di cuenta que no era feliz, que no me estaba haciendo feliz, que me había cansado de su dejadez, que su forma de ser sacaba lo peor de mi y vivía gritando como una histérica.


Justo estábamos en mi casa cuando empezó la discusión. No me pregunten sobre qué porque no tengo idea. Solo recuerdo que le dije esto así no va más, me cansé. Agarré las llaves y me fui. Él se quedó ahí. Le pedí que cuando volviera ya no estuviera porque no lo quería ver. No hizo otra cosa que llamarme al celular toda la tarde. Primero no lo atendía, pero cuando mi paseo por Plaza Serrano estaba llegando a su fin atendí uno de sus llamados. Me dijo que todavía estaba en mi casa, que lo perdone, que se iba a quedar ahí esperando que yo llegue para conversar.

martes, 19 de enero de 2010

Los Hombres de mi Historia: Juan, mi primer amor (II)

Me bajé de la cama y caminé en punta de pies entre la mezcla de brazos y piernas que había desparramados sobre los colchones. Estaba completamente colorada y evité las miradas de todos. Llegué al lugar donde debía recostarme y lo hice, mirando al techo.


Me dijo tu amigo que venga para acá. Uno de los chicos preguntó con muy poco tacto si yo le gustaba a Juan y él respondió que si. Después me pregunto a mi y me reí, afirmando. Entonces, dense un beso. Yo no paraba de reírme, de nervios por supuesto. Entonces Juan me mira, se incorpora dejando su cara sobre la mía todavía en la almohada y me dice: Empezamos? Y me besó.


Es fácil 10 años después decir que fue un comienzo espantoso, que no hizo nada por conquistarme y que no es forma de decirle a alguien que le querés dar un beso, pero más vergonzoso es reconocer que en ese entonces pensé exactamente lo mismo. No fue un buen beso, estaba incomoda, no me podía mover, él tenia el control completo del beso en cuanto a intensidad y duración. Los primeros besos con alguien raramente son buenos… Gracias a Dios después mejoran.


Era evidente que mucho más en esa casa no podíamos estar. Todavía era relativamente temprano, pero calculo que ya había pasado la medianoche. Teníamos que buscar la forma de irnos a dormir todos enfrente, los chicos y nosotras, que no teníamos permiso. No recuerdo como convencimos a mi abuela y cruzamos todos con los colchones a dormir en la otra casa (es una forma de decir, por ese entonces era un terreno con una pileta y una cancha) a merced de los mosquitos.


Ana se acostó cerca de su acosador, yo a lado de Juan y los demás desparramados por ahí, aunque estábamos todos juntos. No tengo la menor idea que habrán hecho lo demás. Solo recuerdo que con Juan pasamos la noche conversando y dándonos besos. Mirando las estrellas en ese cielo despejado de verano me señalo Marte. Nunca antes lo había visto. Me regaló ese planeta y tiempo después me escribió una canción sobre esa noche y nuestra estrella.


Supongo que en algún momento, bien entrada la madrugada, nos habremos dormido. Nos despertó el sol bien temprano y de a poco fuimos organizándonos para ir a desayunar a la verdadera casa. Comimos algo, nos pusimos la malla y toalla en mano volvimos a cruzar al paraíso.


El sol del nuevo día me trajo incertidumbre. No sabía si debía comportarme igual que la noche anterior o hacer de cuenta que no pasó nada y dejar los hechos escondidos en la oscuridad. Tenía que mantenerme suficientemente cerca como para que recordara mi existencia, pero a prudente distancia por si decidía ignorarme todo el día.


La incertidumbre duro poco. En cuanto volvimos a estar solos, y por solos me refiero a lejos de la vista de mi abuela, volvió a besarme con igual intensidad que horas atrás.


A Juan nunca le gustó el futbol y como había llevado la guitarra pasamos el día cantando canciones de Calamaro, nadando en la pileta y fumando colillas de cigarrillo, las mismas que habíamos regado por el suelo el día anterior sin darnos cuenta que se nos acababan los puchos y no había plata para comprar más. Y aunque la hubiera habido, en provincia un domingo a la mañana lo único que podes conseguir es pan y diarios, ni en pedo un kiosco.


Al bajar el sol emprendimos la retirada. Mi abuela, obstinada como siempre, quería volver en colectivo, pero con Ana esgrimimos muy bueno argumentos, se ve, porque la convencimos de hacerlo en tren. Con mi abuela delante había que cuidarse del contacto con Juan. Una persona mayor no entiende de besos sin compromiso entre adolescentes y más cuando una de las partes es su nieta de 15 años.


Durante el viaje en tren concluimos que algo había que inventar para decirle a mi abuela y dejarla contenta. Lo pensamos todo el viaje con Ana, pero no sabía como decírselo a Juan, no podía acercarme demasiado a el. Mi abuela sabía que conocía a varios de los chicos, pero en teoría Juan y yo no nos conocíamos. El mejor nexo de contacto era mi primo, pero como había plantado cara de culo al vernos llegar a la quinta y aun más cuando Juan y yo nos besamos, no era de ayuda. Todo lo contrario, corría el riesgo de que le diga cualquier cosa a mi abuela o lo que es peor, que le diga la verdad: No hay nada entre ellos, solo se dieron unos besos.


En constitución nos tomamos el bondi, y eso significaba que me quedaban 10 minutos para inventar algo con respecto a Juan. Se me ocurrió decir que éramos novios desde hace unos días y dentro de una semana o diez días decirle a mi abuela que nos habíamos peleado. Eso justificaba mi accionar ese fin de semana y aplacaba la moral de mi abuela. Ahora me tocaba avisarle a Juan de mi plan…


Juan me encantaba, pero debo reconocer que en ese momento estaba mas preocupada en quedar bien ante los ojos de la chusma de mi abuela que en procurar que lo nuestro con Juan durase algo más que un mísero fin de semana.


Me acerco a la parte del bondi donde estaba Juan y le digo:
- Le voy a decir a la vieji que somos novios hace cosa de una semana para que no me de clases de moral y dentro de unos días le digo que nos peleamos, si?
- Esta bien, pero vos querés?
Y mi cabeza pensó “obvio que quiero hacer eso, te lo estoy diciendo” y respondí:
- Sí, quiero - Y ahí entendí, me estaba preguntando si en verdad quería ser su novia. Pensá rápido, pensá rápido y respondí:
- Ah, Nooooo… - Tarada!!! Cómo le vas a decir que no? - Eh… si, no, si, no se, vos querés?
- Y si, por algo te lo estoy preguntando…
- Ah, ok, quedamos así.

Y volví a mi lugar, donde estaba Ana y le dije:
- Ana, tengo novio.

lunes, 18 de enero de 2010

Los Hombres de mi Historia: Juan, mi primer amor (I)

Siempre me consideré una persona con buena memoria, pero por las dudas cuando Ana vuelva de las vacaciones voy a hablar con ella para que me ayude a recordar algunos detalles. Ella tiene la cualidad de recordar mis peores cosas, pero también las más graciosas y ridículas. Obviamente que yo recuerdo las suyas.


Nosotras pasamos la vida juntas. Somos amigas desde el día en que nací, hace 25 años. Ella tenía 10 meses y por ese entonces nuestros padres, que eran conocidos, habían empezado a forjar la amistad que los une hasta el día de hoy.


En algún momento de nuestros juegos infantiles prometimos ser amigas toda la vida y amadrinar a nuestro primer hijo, que debería ser nena y nacer más o menos para la misma época. Hasta ahora cumplimos con la parte de la amistad, yo soy madrina de su primera y única hija Jazmín (que tienen 3 meses) y ella será la madrina de mi hijo/a el día que lo tenga, pero no creo que podamos cumplir con los tiempos. Para eso debería estar embarazada, oh! No, por Dios! Por ahora no…


Volviendo a la adolescencia, cuando estaba en segundo año me reencontré con una amiga que no veía hacia un tiempo. Empezamos a frecuentarnos y así conocí a su hermano: Juan. Un día llegué a su casa y estaba tomando sol en la reposera, y cuando me dirigía a saludarlo se levantó y se tiró a la pileta. Me ignoró. Y eso es lo peor que un hombre puede hacerme.


Me encantó desde el primer momento que lo vi, pero él no me registraba. Claro, qué tiene para mirar en una rubiecita petiza un morocho, alto, de ojos verdes tres años mayor?


Por esas cosas del destino resultó ser parte del grupo de amigos de mi primo. Para cuando llego el verano mis tíos estaban construyendo su casa quinta y aunque ésta estaba en veremos, la pileta y la cancha de futbol estaban terminadas. Como estaba frente a la otra casa quinta familiar no había inconvenientes para ir, se podía pasar el día en la pileta y luego ir a dormir a la otra casa.


Un viernes supe que la pileta estaba terminada y arregle con Ana para ir a pasar el fin de semana, sin saber que por su lado mi primo estaba organizando lo mismo con sus amigos. Mi primo siempre fue especial en cuanto a compartir momentos y amistades, básicamente un egoísta, pero como me enteré del detalle de su presencia tarde, me hice la tonta y fuimos igual.


Nos despertamos temprano y nos tomamos el tren hacia zona sur. Caminamos la cuadras que separan la estación de las casa y cuando llegamos ahí estaba él. En realidad estaban todos, pero a mi solo me importaba Juan.


Pasamos el día al sol en la pileta. Yo tratando de llamar la atención de Juan pero con mis recién cumplidos 15 años todavía no había aprendido cómo. Ana por su parte se tuvo que bancar el acoso de otro de los chicos, pero qué no hace una por una amiga?

Al caer el sol nosotras debíamos cruzar a dormir en la casa terminada, mientras que los chicos habían organizado pasar la noche bajo las estrellas. Éramos dos mujeres entre seis hombres. Convencimos fácilmente a cinco de ellos de dormir todos juntos enfrente, pero mi primo encaprichado oponía resistencia. A él lo convencieron sus amigos.


Después de comer sacamos la mesa y tiramos todos los colchones uno al lado del otro en el living. Pobre mi abuela… Ella intentaba dormir en uno de los cuartos, pero 8 adolescentes a una pared de distancia no la dejaban.


Y yo estaba ahí, acostada en la única cama con Ana, pensando que si esa noche no pasaba nada con Juan, mis intentos de seducción habrían fracasado rotundamente. Estaba a punto de desistir cuando el acosador de Ana se me acerca y me dice: No me dejás acostarme acá? La miro a Ana, que ya estaba entregada y a decir verdad un poco le gustaba el flaco, y me dice que si. Cuando me estoy bajando, el flaco remata: Vos acostate allá, al lado de Juan…