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jueves, 31 de diciembre de 2009

Chau dos-mil-nueve, Gracias x todo!

Lista!

Estoy medianamente peinada, maquillada y vestida. Espero a Charly que llegue de la casa de su mamá para irnos a lo de mis tíos, siempre y cuando no haya cambio de planes.


Por los hechos de estos últimos dos días deduzco que no leyó mi blog.

Hoy no importa demasiado, quiero pasarla bien, entonarme un poco y comer como un chancho si mi ataque al hígado todavía latente me lo permite.


Voy a levantar mi copa a las 12, como ya lo dije, pidiendo un cambio. Y soy conciente que ese cambio puede significar que Charly deje de estar en mi vida, pero me esperanzo por que signifique que cambie y estemos mejor.


El resultado hoy tampoco importa.


Así que, chau 2009, gracias por todo...

Y benvenido 2010!!! Mandame un cambio, regalame sonrisas!

(y ya que estas, un sueldo mejor también)


Feliz 2010 para todos!!!!

martes, 29 de diciembre de 2009

Balance de fin de año

Son las doce y pico del mediodía y todavía bostezo. Se que no es sueño, ya que dormí toda la noche y buena parte de la mañana, es mera culpa de mi ataque al hígado. Nota mental, un volcán de chocolate está bien, dos ya es abuso.


Por lo general, cuando me siento mal me pongo maricona, sensible y llorona. Hoy estoy sensible nomás, parece que se me acabaron las ganas de llorar. Estoy, básicamente, deprimida.


No le quito mérito a la época eh, siempre me deprimo para las fiestas, la Navidad no me gusta no por la Navidad en sí sino por la forma de festejo de mi familia. Este año me tocó pasar la Noche Buena con mi suegra y tampoco me gustó y todavía resta Año Nuevo, con mis parientes.


Este fue un año difícil y a la vez hermoso.


En los primeros meses del año festejamos nuestro primer aniversario con Charly y nos fuimos de viaje a Bariloche, lo que implicó mi primera experiencia en un avión, y por supuesto, esa hermosa ciudad y yo al fin nos conocimos.


En marzo me confirmaron la próxima disponibilidad de mi departamento, por lo que comenzaron los verdaderos preparativos, ahorros y compras correspondientes.


En abril me dieron las llaves y el 1ero de mayo ya me había librado oficialmente de la vida de hija para abrirme paso a la vida de mujer independiente. Pobre, pero independiente.


Los dos primeros meses sentía una mezcla de libertad y prisión. Vivía sola y en teoría las cosas acá se hacían a mi manera, pero no me alcanzaba el sueldo, por lo que nunca tenía un mango, y por otro lado mi vida giraba en torno a si mi novio venía o no.


El verdadero conflicto estaba en los fines de semana, porque él venía y se instalaba y si los amigos lo llamaban para salir, se iba y me dejaba sola y sin planes, lógicamente. Tardé bastante en conseguir que comprendiera que si él estaba acá yo no iba a arreglar con mis amigas, y si de repente se iba me cagaba la noche, porque ya no había chances de hacer planes.


De una charla en la que básicamente le dije “necesito libertad” terminamos oficializando la convivencia. Y me puse feliz, porque lo amo, pero hoy viendo para atrás recuerdo que no era lo que estaba pidiendo…


Un mes más tarde me quedé sin trabajo y con los sueldos míseros ofrecidos más la crisis se me hizo difícil encontrar uno. Fueron 2 o 3 meses de angustias y pobreza, pero en el medio adoptamos a Mía, y una cachorrita que requiere toda tu atención no deja mucho margen de tiempo para la depresión.


Llegó mi cumpleaños en octubre y me encontré oficialmente en la mitad de la década, todavía sin un mango y con pocas ansias de festejos. Y en esos días conseguí trabajo. Uno que me gusta y en el que estoy cómoda, pero con un sueldo de inmigrante indocumentado…


Y así llegó diciembre, con navidades sin regalos ni arbolito, con mis amigas haciendo planes de vacaciones y yo con mi indemnización convertida en 4 ruedas y un motor.


Y con el análisis de fin de año veo que tengo un montón de cosas que anhelé por mucho tiempo, mi casa, mi auto, mi perra y aun así no soy feliz. Y soy conciente que la culpa la tienen las constantes discusiones con mi novio.


Hemos sido criados de formas muy distintas y en nada pensamos siquiera parecido.

Yo soy una persona que necesita mimos y contención de su pareja, y él es egoísta y desconsiderado. Hablar con él es hablar con la pared. No entra jamás en razones ni tiene la capacidad de ponerse en el lugar del otro y analizar qué le puede gustar o no.


Todo termina en peleas, ya no hay besos, ni mimos, ni abrazos…

Si yo no cocino acá no se come, si no limpio vivimos en la mugre, si no pago las cuentas nos cortan los servicios, y si no me encargo de Mía la perra se desnutre.


Así con todo.

Y analizándolo fríamente no sólo no es lo que quiero para mi vida sino que no me lo merezco.


Se que debería sentarme a hablar con él, pero ya lo hice en varias ocasiones y nada cambió, entonces se me terminan las ganas.


Hoy descubrí que estoy deprimida, que ando triste, sin hambre, con un nudo en la garganta y entendí que la culpa no la tiene solamente el almanaque.


Quisiera que las cosas cambien, que podamos disfrutar lo que tenemos, que la persona que esta a mi lado no solo diga que me ama sino que lo demuestre, y tal vez esté pesimista pero no veo ese cambio posible, entonces formulo por primera vez esta frase: las cosas no están funcionando.


En 48 horas voy a levantar un copa con sidra en casa de mis tíos, brindaré con ellos, con mis primos, mis abuelos, mis padres y mi novio diciendo “Feliz Año Nuevo” pero me conozco, voy a estar llorando y brindando por un cambio.


Ojalá hoy Charly se acuerde que tengo un blog y sienta curiosidad por leer como estoy…

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Amores Perros

Si me remonto a mi infancia recuerdo claramente dos cosas que les pedía a mis padres: un perro y un hermano. En un momento llegué a pedirles que elijan, o uno u otro. Siempre se negaron.


Si, soy hija única, niña consentida de papá y compañera de mamá. Pero hoy me voy a explayar en el tema canino.


Desde que tengo memoria que siento un amor incondicional por los perros. Tanto que antes odiaba a los gatos, porque nunca fui un persona con grises. Hoy no los odio, pero definitivamente me quedo con los perros.


Casa donde iba y había perros me tenía ahí, en el piso, jugando con ellos y en seguida venía la repetida petición, siempre con una negativa como respuesta.


Mi abuela paterna tenía a la perrita que había sido de mi padre en su adolescencia. Para cuando yo vine al mundo ya era viejita, pero cómo la amaba y cómo lloré cuando me dijeron que había muerto. Hace poco supe que estaba enferma, es verdad, pero que la sacrificaron antes de tiempo porque para mi abuelo ya era un problema y mi abuela no tuvo opción. Ese día volví a llorar por Carolina…


Mi mamá se crío con perros toda la vida, los tuvo de todas las razas. Yo recuerdo a dos hembras negras, una belga y una doberman, que me dejaban hacerle cualquier cosa cuando visitaba a mis abuelos.


Cuando tenía diez años, para una navidad, recibí de parte de mis tíos y abuelos maternos una hermosa caja con un moño rojo. Recuerdo que me dijeron “agarrala bien, cuidado que se rompe”. Sentí el peso de esa caja en mis manos sin la menor idea de lo que pudiera contener. Quite el moño y al abrirla vi una pulguita negra y marrón que llorisqueaba. Era una perrita pequines de 40 días y fue amor a primera vista.


Para mi se detuvo el mundo. Era el mejor regalo que me pudieran haber hecho, era un perrito, lo que tanto había ansiado, sería mi compañera, dormiría conmigo, la llenaría de mimos y un montón de promesas que hice para mis adentros mientras la besaba y acariciaba. Me dijeron que le ponga un nombre, y sin pensarlo dos veces dije Reina, como en “La Dama y El Vagabundo” quien también había sido un regalo navideño en una caja con moño…


El idilio duro muy poco. Minutos.

Mi viejo dijo “ese perro a mi casa no entra”.

Pensé que su reacción era por la raza. Sabía que a mi papá no le gustaban mucho los pequineses. A mi tampoco en realidad, pero ya eso no importaba, ya me había enamorado.

Imploré que recapacitara de su decisión como poca veces. Prometí todo con tal de que Reina sea parte de mi vida. Su respuesta seguía siendo No. Creo que esa noche lloré más lágrimas de las que pensé que tenía. Cómo la navidad perfecta se transformo en la peor de mi vida? Y mientras yo lloraba y odiaba a mi padre, él se entretenía puteándose con mis tíos y abuelos por el regalo no autorizado.


Acá hago un paréntesis. Creo que un perro no es un regalo para hacer sin consultar. Creo que ningún niño debería crecer sin perros, en especial cuando los pide. Creo que cuando las cosas ya están hechas no se pueden deshacer tan fácilmente y romper así el corazón de un niño. Creo también que mi papá es una persona especial, que me trauma en muchos planos, y como es evidente, desde muy pequeña.


Obviamente me fui sin Reina y con el alma aguada. Ella se quedo con mis tíos, que la trataron siempre como a una reina, pero la llamaban Canela.


Los años pasaron y yo seguía reclamando un perro a mis padres, pero cuidándome bien de no recordarles el episodio con la pequinesa porque hubiera despertado la sensible ira de mi viejo.


No se en qué punto me resigné y empecé a pensar que cuando tuviera mi propia casa definitivamente tendría un perro. Y cómo me habrá marcado la infancia Reina y “La Dama y El Vagabundo” que siempre quise una cocker, dorada y hembra.


En mayo de este año mi nuevo hogar me abrió las puertas, no solo de mi nueva residencia, sino de un lugar donde rigieran mis reglas.


Durante meses (incluso antes de mi mudanza) busque por internet a la perrita que yo quería, pero se hizo difícil, porque la gente cruza mal a los animales y nacen cachorros con manchas donde no corresponden.


En esa época yo estaba fuera de casa todo el día y por primera vez comprendí (en parte) el motivo de la negativa de mis padres. Cómo encargarse de un perro, en especial cuando es cachorro, si no estás en todo el día?


Tres meses después llego mi despido y el concubinato ya era oficial. Charla de por medio, decidimos tener un perrito. Mi condición fue hembra, pero con la raza no hubo acuerdo, así que orientamos la búsqueda a un perro sin raza.


Una noche quedé en cenar con una amiga que no veía desde hacia un tiempo. Vino a casa y pizza va, cerveza viene me cuenta que sus perros se cruzaron sin querer y que tenía 8 cachorros de 35 días para regalar.


Creo que se me transformó la cara. Quise en una sola y trabada frase decirle que había estado buscando cachorros, que queríamos hembra, que no nos importaba que fuera una cruza y que me cuente ya como eran esos bebés, porque si o si uno seria mío.


Me contó que habían nacido cuatro hembras y la misma cantidad de machos, y que tenía disponible 3 hembras negras, dos iguales y una con el pecho blanco, ya que los demás estaban prometidos. Me ofreció ir en ese mismo momento a verlos y casi acepto, pero en un instante de lucidez entendí que sería mejor esperar a mi novio para decidir juntos.


Al otro día al mediodía fuimos. Había dejado a las tres hembras sueltas y apartó a los demás para que no nos confundiéramos. Una de ellas se escondió detrás del futón y no salió hasta que nos fuimos. Otra no nos dio bolilla y se durmió enseguida. La tercera, la del pecho blanco, fue la que nos vino buscar a la puerta y nos llenó de besos. Pasaba de mis brazos a los de mi novio pidiendo mimos y nos compró.


Así fue como Mía nos eligió a nosotros, y no al revés. Cuando dijimos “es ella” lloré. Pero esta vez de alegría. No podía creer haberla esperado toda la vida. Sólo quien ame a estos bichitos como yo me entiende.


Es cierto que no es fácil educar a un cachorro y que toma tiempo y dinero encargarse de un perro. Es verdad que hay veces que me dan ganas de matarla y la amenazo con publicar en Facebook su adopción. Pero llena mis días de alegría, pide mimos todo el tiempo, es super compañera, no me deja sola nunca, me recibe con besos y abrazos (si, abrazos) y mueve la cola cuando le hablo con cariño.


Su nombre ya estaba elegido de antemano, pero a mi novio y a mi amiga no les gustaba. Les dije que lo iba a pensar… Mientras tanto, mi amiga ponía en una bolsita algo de alimento, un huesito y la correa que había sido de su madre. Cuando me da la bolsa leo impresa en ella “Perfumería MIA”. Estaba predestinado. Ese era su nombre, porque las casualidades no existen.


Esta es la historia de cómo me convertí en mamá, de cuánto esperé a Mía y de lo mucho que la amo, mejor dicho, que la amamos, porque es Mía, aunque es nuestra.



miércoles, 9 de diciembre de 2009

Arroz con Leche

“Arroz con leche, me quiero casar con una señorita de San Nicolás, que sepa coser, que sepa bordar, que sepa abrir la puerta para ir a jugar…”


Esta canción es una de las tantas con la que crecimos la generación del 80… Nos hacía parecer demasiado simples las tareas hogareñas. En mi caso, no se coser, ni bordar ni soy de San Nicolás pero en los últimos meses tuve que aprender a abrir la puerta de mi departamento para que mi perrita pueda ir a jugar.

También tuve que poner en práctica los secretos higiénicos de mi madre e inventar los propios… Fórmulas mágicas para dejar los vidrios sin vetas, las sábanas perfumadas, las hornallas brillantes y un sin fin de etcéteras.


Me reconozco una enferma del orden y la limpieza, lo que nunca me imaginé fue que tomara tanto tiempo y esfuerzo mantener una casa reluciente. No es solo cocinar, barrer y lavar los platos, pero aunque así lo fuera solo las amas de casas con presupuestos que impiden contratar ayuda saben cuánto tiempo toma.

Cuando recién me mudé viví un tiempo “sola” por lo que las tareas del hogar eran exclusivamente mías. Los sábados a la mañana limpiaba en profundidad y todos los días cuando llegaba del trabajo repasaba alguna cosita. El olor a Poet y las cosas en su lugar me brindaban un placer que no se describir y actualmente extraño.


Dos meses después las visitas diarias de mi novio se formalizaron en convivencia, y con él llego su ropa, sus libros y su batería. Debo reconocer que trajo poco el pobre, ya que cedió casi todas sus pertenencias a su familia, pero de todas formas hubo que hacer espacio en el placard, en los estantes y hasta deje de dormir en el medio de la cama. Eso fue lo más fácil, una sola noche semanal no te da mucho margen a acostumbrarte a las dos plazas del sommier.


El problema no fue su presencia, sino su desorden. Creo que es una característica innata de los hombres: no saben respetar el lugar de las cosas. Y lo que es peor, suponen que un séquito de duendecitos guardan todo en su lugar cuando se van a dormir. Bueno, los duendes no existen, soy yo! Informarles esto es más o menos como decirle a un niño que Papa Noel no existe y que no recibirán más regalos ahora que el misterio ha sido develado. LOS DUENDES NO EXISTEN, ENTONCES COLGÁ LA CAMPERA, GUARDÁ LA ZAPATILLAS, PONÉ LA MESA O AYUDÁ EN ALGO!


Todavía no estaba del todo claro este punto cuando decidimos adoptar una perrita. La buscamos como si adoptáramos a un niño afgano. Al no ponernos de acuerdo con la raza, optamos por un perro “marca nada” para darle un hogar a uno de tantos animalitos que nadie quiere por falta de pedigree. Terminó siendo una perrita mestiza, fruto de una cruza no deseada, de otros perros sin raza y así sucesivamente en su árbol genealógico.


Nos cambió la vida. Especialmente a mi.

Era yo quién estaba en casa todo el día sufriendo las consecuencias de un nuevo ser que me cambio la vida, que lloraba, hacia sus necesidades por todos lados, estrenaba sus dientes y reclamaba atención. Su presencia implicó nuevas rutinas de limpieza entre otras. Ya la casa nunca más estuvo reluciente.


Han pasado algunos meses y Mía ya sabe qué lugar tiene designado en la casa para sus necesidades aunque a veces de olvida y hace en cualquier lado. Pasaron también muchas charlas con mi novio y no le quedo otra que sacarla a pasear él también y ayudarme a limpiar sus desastres.


A cambiar las sábanas, pasar un trapo a los muebles, barrer y trapear, limpiar el baño, los vidrios, acomodar la ropa, lavar algo de ropa a mano y llevar a lavar otro tanto, limpiar el horno, hacer las compras y cocinar se le sumo limpiar pis y caca de la perra, barrer a diario porque esta cambiando el pelo y sacarla a pasear en un intento de que aprenda a hacer afuera.


El punto es que mantener un hogar presentable toma mucho tiempo y se reconoce poco. Mis amigas me llaman Monica Geller, y tienen razón, porque me encanta limpiar no por el acto en sí sino por deleitarme con la casa limpia una vez finalizado. El tema es que ahora limpio con la misma o más frecuencia que antes y no se nota la diferencia y la única solución que encuentro es recibir ayuda.


No da estar en cuatro patas limpiando el baño mientras mi novio chatea. Tampoco da limpiar todo cuando él no esta y que a penas pise la casa deje todo tirado. Menos que menos da que cuando le pida ayuda su respuesta sea “tengo que estudiar” pero no lo haga…


Es el eterno problema de comunicación entre hombres y mujeres. Parece que hablamos distintos idiomas y que para entablar diálogo deberemos aprender el suyo, ya que enseñarles el nuestro es imposible. No porque sean tontos, sino por cómodos y oportunistas.


Por más que me queje solo puedo seguir limpiando mientras pido ayuda y tal vez un día de tantos la reciba. Eso o dejar que la casa de caiga a pedazos... No hay chances, definitivamente la primera opción.


Conclusión: mi novio sigue siendo ese niño que conoce la mentira de Papa Noel, pero se hace el tonto y sigue escribiendo cartitas para Navidad. Y por las dudas, dos semanas después les deja agua y pasto a los Reyes.